lunes, 24 de noviembre de 2008

neoclasicismo


El desarrollo del tema se circunscribirá a la poesía, ya que es el género en que se manifestó propiamente. Entre los prosistas del periodo del liberalismo neoclásico cabe destacar al novelista mexicano Joaquín Fernández de Lizardi (v.) y al dramaturgo argentino Manuel José de Lavardén (V. ARGENTINA VI, 2).
La poesía neoclásica hispanoamericana nace como un reflejo de la moda europea y logra imponerse en el ámbito continental a partir de 1760. Hasta entonces la única lengua poética conocida era el barroquismo (V. BARROCO IV); frente a él, asentado en los juegos de ingenio y los retorcimientos verbales, el academicismo neoclásico que le sucede tiene una importancia decisiva en una doble vertiente: de un lado, proporcionando intimidad y recogimiento al concepto que el poeta tiene de sí mismo y acabando con la idea del escritor cortesano; de otro, contribuyendo a descubrir el peculiar paisaje americano en una fase sentimental de la sociedad criolla que es un inmediato precedente del espíritu independentista que estallará en la centuria siguiente.
La poesía anacreóntica. Los primeros pasos del n. se dieron bajo la influencia de Virgilio (v.) y Anacreonte (v.), simultánea a la experimentada por los poetas arcádicos italianos, el grupo salmantino español y los arcades portugueses. Casi siempre los iniciadores de este retorno a la imitación clásica habían sido clérigos y, entre ellos, habían destacado muchos de los jesuitas que expulsó en 1767 el célebre decreto de Carlos III. Así, en México, el P. Diego José Abad (1727-79), rector del colegio de Querétaro, poeta en latín siguiendo la tradición clásica de su orden y excelente traductor de las églogas de Virgilio al castellano; y el P. Francisco Javier Alegre (1729-88), también notable poeta latino y castellano; la palma lírica de esta promoción se la llevó, sin embargo, el guatemalteco Rafael Landívar (1731-93), igualmente jesuita, cuyo poema Rusticatio mexicana es un encendido canto al paisaje de su región natal y el precedente inmediato de las Silvas americanas de Andrés Bello (v.) y la Memoria sobre el cultivo del maíz en Antioquia de Gregorio Gutiérrez López.
Menos virgilianos y mucho más anacreónticos, siguiendo las huellas españolas de fray Diego González, Juan Meléndez Valdés y José Cadalso, son los poetas reunidos bajo el nombre de Arcadia mexicana en torno a la figura del franciscano fray Manuel de Navarrete (1768-1809): Anastasio de Ocho y Acuña (1783-1833) y Francisco Sánchez de Tagle (1782-1843), entre otros. Un lugar semejante ocupan en Cuba dos poetas como Manuel de Zequeira y Arango (1764-1846) y Manuel Justo de Rubalcava (1769-1805). El primero era coronel del ejército y combinó la imitación del estilo heroico de Quintana -en poemas como Batalla naval de Cortés en la laguna de México- con el aire horaciano de composiciones como A la piña. Rubalcava era también profesional de las armas y destacó como cantor de la naturaleza tropical y autor de sonetos. En Colombia, donde la tradición clásica y académica ha sido muy fuerte hasta nuestros días, destacaron en los años finales del s. xviii grupos poéticos de este cariz como la Tertulia eutrapélica o la Academia del Buen Gusto, ambos radicados en Bogotá. Mayor interés tiene, sin embargo, el grupo de poetas de Popayán, al que pertenecen José María Valdés, Francisco Antonio Rodríguez y, sobre todo, José María Gruesso (1779-1835) y Francisco Antonio Ulloa (n. 1783), que representan la influencia prerromática de Young y Gray, aunque expresada aún en el marmóreo lenguaje neoclásico.
Los prerrománticos. En el nuevo espíritu prerromántico, intensamente vivido por la burguesía criolla, confluyeron, junto con los poemas de Young y el falso Ossian, dos relatos que por su ambiente americano fueron muy pronto leídos, traducidos e imitados en todo el continente: Pablo y Virginia de Bernardin de Saint-Pierre (v.) y Atala de Chateaubriand (v.). Dentro de esta nueva fórmula sentimental destacan escritores como el colombiano José Fernández Madrid (1789-1830), al que sus contemporáneos llamaron «el sensible», y el argentino José Antonio Miralla (1789-1825).
Prerromántica puede considerarse también la poesía de la Naturaleza, que tiene como precedente inmediato la lírica descriptiva del grupo francés en torno a Delille, género que en América supone un hito en la emancipación intelectual de los criollos (v. CRIOLLOS II). Argentina ofreció una notable muestra de este tono con la larga composición Oda al majestuoso río Paraná (1801), significativamente publicada en el periódico Telégrafo mercantil del Río de la Plata, por su autor, Manuel José de Lavardén (1754-1810). Los mayores y más conscientes logros de esa poética son conseguidos, sin embargo, por dos poetas posteriores: el venezolano Andrés Bello (v.) y el cubano José María de Heredia (v.). En su dilatada vida, Bello conoció el auge del romanticismo, y no deja de ser significativa la polémica literaria que le enfrentó en Chile al argentino D. F. Sarmiento (v.). Filólogo, pensador y jurista, aquí interesa como creador de las Silvas americanas, poemas de herencia neoclásica, pero Importantísimos como manifiesto de una conciencia criollista del paisaje, destinado a una gran fortuna entre los románticos. Heredia, por su parte, tuvo una formación clásica, horaciana, pero un sentido particularmente romántico de una existencia, breve, pero amarga, de exiliado; su Himno del desterrado y sus poemas Al Niágara y Al teocalli de Cholula tienen un estremecimiento más moderno que neoclásico.
La poesía heroica de la emancipación. La rebelión de los criollos contra el poder colonial español fue un proceso de 15 años (1810-25), que tuvo una expresión literaria neoclásica, tal y como correspondía a un movimiento burgués que había sido alentado por la Ilustración (v.) en el plano ideológico y por el prerromanticismo paisajístico en el campo sentimental. No obstante, si los prolegómenos espirituales de emancipación se vieron reflejados en el significativo desplazamiento de Góngora por Meléndez Valdés, Cadalso, Young y Delille, la poesía que cantó las victorias de la revolución tuvo como dictadores a los poetas civiles españoles Manuel José Quintana y Juan Nicasio Gallego.
José Joaquín Olmedo (v.; 1780-1847), ecuatoriano, alcanzó fama universal con dos poemas, uno dedicado A la victoria de funín, y otro, posterior, Al general Flores, vencedor en Miñarica. Junto a Olmedo y dentro de su estilo, aunque sin alcanzar su fama, destacaron el argentino Juan Cruz Varela (1794-1839), traductor de Horacio y Virgilio, que exaltó la victoria de su país frente a Brasil en los campos de Ituazingó (1827); los mexicanos Andrés Quintana Roo (1787-1851) y Joaquín María del Castillo y Lanzas (1781-1878); el colombiano, ya citado entre los prerrománticos, José Fernández Madrid (17891830), etc. De menor entidad aún son: los argentinos Vicente López y Planes (1787-1856), autor del himno nacional de su país; y Esteban de Luca (1786-1824), cantor de la sanmartiniana victoria de Maipú; el guatemalteco Simón Bergaño y Villegas (1781-1828) y el hondureño José Trinidad Reyes (1797-1855).

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